su sexo
en tus manos,
-con las que le alimentabas-.
Lamías su mente
con tu lengua libidinosa.
Te encantaba fugarte en sus sábanas blancas
y ensuciarlas de ti.
Quisiste cogerle y guardarle en el cajón
de tu mesita nocturna,
-ese destinado a las urgencias-.
Y sacarle el polvo a tu antojo
En la sed y en el hambre,
Usar y tirar
para seguir ensuciándole con tu recuerdo.
Era carne ,
carne en tu cañón,
a punto de saltar,
pero resulta que fuiste tú quién saltó
por los aires,
esparciéndote por todo su cuerpo
-ese que tanto querías-
y se llevó tu alma succionada
al rincón más sucio de su corazón
para volver a empezar,
pero ahora,
es tu cuerpo el que está en el cajón.