Fotografía: Robert Doisneau, 1945
Recuerdo la primera vez que escuchaste this is the end, te quedaste atrapada en un autobús entre tu sueño y tu resorte atraparatas. La huida comenzó en esos días de pupitre encadenado. Siempre era mejor esnifar tiza y tener una buena coartada. La fiebre subía rápidamente. Nos llevaban a casa como niñas enfermas. No soportábamos engullir tantas tantas guerras, números, justificaciones. Sobre todo no soportábamos -no-saber- de dónde venía todo aquello, cómo, hacía donde nos dirigían. Años después la gente sigue subiendo al tren, desayunan, corren, llevan a sus hijas a la escuela y mueren. Mueren por bombas, por hambre, por violación, en campos y estaciones de aerolíneas, con los esfínteres prostituidos -porque hay que atravesar aduanas continente-a-continente- con un código de barras en la cartera y el exilio como pasaporte. Mueren. Y no hay nada más. Hay quien se adelanta y se tira desde una ventana en llamas -te quedas sin pan y ya no soportas el Circo- ya ves. Democracia, lo llaman. Un día voces recitan tablas o Padres Nuestros en la escuela y a la mañana siguiente crujen paredes o verjas. La complicidad del capital diseña municiones humanas escolares -esperando apretar el gatillo-.
El resto es silencio.
Recuerdo la primera vez que escuché Child in time dispárate
el cráneo. Quiero estar dentro de ti. Y por eso nosotras esnifabamos
tiza, como quien simula su propia muerte en mitad de un campo de batalla
La vida es el mayor campo de batalla. Los soldados son nuestros pensamientos, los muertos siempre son nuestras ilusiones.
ResponderEliminarSaludos
J.